La primera mención de un Plexus Papiloma fue efectuada por Guerard
en 1833, en un estudio necrópsico. En 1902, Bielschowsky y Unger
intentaron la extirpación quirúrgica de esta lesión
con malos resultados. Perthes en 1919, logró una resección
exitosa del ventrículo lateral y Sachs en 1922 al igual que Davis
y Cushing en 1927 hacen lo propio con tumores localizados en el 4°
ventrículo (22). Dandy en 1927 comunica el primer
caso quirúrgico pediátrico (12). En los
años siguientes, sin embargo el tratamiento operatorio fue considerado
de alto riesgo, refiriendo Bohm y Strang (5), en 1961,
que la mortalidad quirúrgica alcanzaba al 62% y 27% para los situados
en ventrículos laterales y 4° ventrículo, respectivamente.
Aunque 7 años más tarde dichos porcentajes permanecen altos,
27% a 45% (24), actualmente la implementación de
los medios diagnósticos y los adelantos en las técnicas quirúrgicas
(microscopio, neuroanestesia, etc.) han permitido que estos índices
hayan descendido en forma notable.
INCIDENCIA Y LOCALIZACION
Los tumores de los plexos coroídeos derivan del neuroectodermo
y como tal están clasificados en el grupo de las neoplasias neuroepiteliales
(28, 36). Constituyen el 0.4% al
0.6% de los tumores intracraneanos (22, 28,
36) pero en menores de 16 años significan el
1.5% al 6.4% (9, 19). Aunque algunos
autores encuentran que el 73% (22) al 77% (24)
corresponden a adultos, la mayoría están de acuerdo que
son más frecuentes en niños. En ellos la mayoría
ocurre bajo los 10 años (38%) (6, 19,
26, 32) y entre el 4% y el 20% en
el primer año de vida (6, 19,
22). La presencia de tumores de gran tamaño
encontrados en lactantes hacen plantear su origen congénito (1,
2, 9, 19).
Existe una leve predominancia del sexo masculino (57%) (22)
y en una oportunidad se ha mencionado una forma familiar (24).
Como es de suponer, los plexus papilomas se ubican preferentemente
en relación al sistema ventricular. En opinión de Bohm
y Strang (5), el 32% corresponde a los ventrículos
laterales, el 60% al 4° ventrículo y el 8% al 3er. ventrículo.
Sin embargo existe diferencia según la edad, existiendo predisposición
en niños por los ventrículos laterales (43% - 100%) (19,
22, 27) y en adultos por el 4°
ventrículo (79%) (22). La localización
en 3er. ventrículo es más o menos similar (8% - 10%) (19,
27). Entre un 9% y 21% se han descrito en la región
del ángulo pontocerebeloso (22, 27,
35) y existen 2 casos en lóbulo frontal (16)
uno intracerebeloso (16) y uno supraselar (16).
Son múltiples en el 3.7% de los casos (27).
En los ventrículos laterales tienen predilección por el
ventrículo lateral izquierdo (9) y se desarrollan
en la zona del trígono (9). En 3er. ventrículo
se insertan en el techo y en el 4° ventrículo en el velo
medular posterior. Algunos piensan que los situados en el ángulo
pontocerebeloso derivan de las células del plexo coroides contiguas
al agujero de Luschka (5), otros que se extienden desde
el 4° ventrículo (5) y hay otros que invocan
la presencia de focos ectópicos (16, 35),
lo cual serviría para explicar otras ubicaciones extraventriculares.
MORFOLOGIA
Generalmente son de lento crecimiento pudiendo alcanzar gran tamaño,
en su mayoría de naturaleza benigna. Se reconoce sin embargo
un 8.3% a 30% de formas malignas, el Carcinoma de los Plexos Coroídeos,
que ocurren casi exclusivamente en niños (9).
Macroscópicamente son tumores pedunculados (9),
gris rojizo, friables, blandos, con forma de coliflor (32)
que están unidos a los plexos coroídeos. Su superficie
es irregular, de consistencia firme, están revestidos por una
delgada cápsula transparente y ocasionalmente tienen calcificaciones.
En el 20% de los casos operados son quísticos (34).
Microscópicamente se parecen al plexo coroídeo normal,
conteniendo papilas compuestas de un epitelio columnar o cuboídeo,
con núcleos redondeados dispuestos basalmente, separadas por
tejido conectivo altamente vascular. A veces se identifica cuerpos de
psamoma (36) y depósitos de colesterol (8).
Pueden existir figuras mitóticas, infiltración microscópica
o atipías celulares moderadas que no se han correlacionado con
mayor tendencia a la recidiva o dificultad en la resección (23).
Por el contrario, en el carcinoma, se observa claramente crecimiento
infiltrativo, epitelio columnar pseudoestratificado, hipercelularidad,
pleiomorfismo celular y nuclear, mitosis, necrosis focal, pérdida
de la demarcación entre el estroma y el parénquima y gran
proliferación vascular (29), adquiriendo características
invasivas sobre el tejido cerebral (28). La diseminación
a través del espacio subaracnoídeo se ha descrito en las
formas malignas y benignas (9), pero metástasis
intracerebrales (13) o broncogénicas (24)
parece ser excepcional.
CUADRO CLINICO
El cuadro clínico está dado en la mayoría de los
casos por síndrome de hipertensión intracraneana con vómitos
en el 62%, irritabilidad y malestar general en 33% y cefalea en el 18%
(12, 19). En niños existe
aumento del diámetro cefálico con apatía, irritabilidad
y retardo mental. También suele existir dilatación localizada
del cráneo en el sitio del tumor (9). Menos
frecuentemente se presentan como alteraciones visuales (18%), convulsiones
(18%) y hemiparesias (9%) (12, 22).
Edema de papila puede darse tanto en niños como en adultos (9,
26). La presentación como hemorragia subaracnoídea
es excepcional (1, 24, 26),
aunque no es raro encontrar líquido céfalo raquídeo
xantocrómico. En los tumores situados en la fosa posterior puede
existir ataxia y nistagmus y compromiso de 5°, 7° y 8°
nervios cuando compromete el ángulo pontocerebeloso (5,
26, 32, 34). Si
esto ocurre, generalmente precede a la hidrocefalia (32).
Hidrocefalia existe en el 69% de los casos (22).
Hay autores que la atribuyen a hipersecreción del tumor, basados
en que la producción del líquido céfalo raquídeo
en ciertos casos se ha encontrado aumentada de 4 a 5 veces y por el
hecho que a veces la hidrocefalia desaparece una vez removido el tumor.
Esto, sin embargo, es objetado por otros, los cuales han observado que
persiste aún después de resecada la lesión (22).
Algunos investigadores creen que se debe a obstrucción de la
circulación del LCR por la masa tumoral o a dificultad en la
reabsorción ocasionada por proteína alta o por productos
de desintegración de la sangre. La primera hipótesis es
fácil de entender en los tumores situados en el 3° y y 4°
ventrículo, pero difícil de aceptar en el ventrículo
lateral. En cuanto a la segunda, si bien es cierto, puede existir hiperproteinoraquia
(6), en ninguno de los casos de Coates (9)
esto pudo ser comprobado. Nassar et al. (24) piensan
que en adultos la hidrocefalia es causada por obstrucción y en
niños por hipersecreción.
LABORATORIO
Respecto al diagnóstico de laboratorio, en las primeras comunicaciones
se señalaba de utilidad la neumoencefalografía, ventriculografía
y cintigrafía cerebral. Las dos primeras significaban un alto
riesgo, incluso vital y en la cintigrafía el tumor aparecía
como un intenso aumento del radioisótopo de alrededor de 2 cms
de diámetro (24), sin características
específicas. Actualmente es de ayuda la radiografía simple,
pero los exámenes de elección son la Tomografía
Computarizada (TC) y la Resonancia Magnética (RM). La arteriografía
cerebral sólo está indicada en casos seleccionados fundamentalmente
en los tumores relacionados al ángulo pontocerebeloso.
En la radiografía simple de cráneo se puede evidenciar
la craneomegalia y en ocasiones dilatación localizada y adelgazamiento
del hueso. Se observan calcificaciones en un 4% a 10% de los pacientes
(27, 29).
En la TC sin contraste aparecen como una masa bien delimitada de 3
a 6 cms. de diámetro, iso o hiperdensa en el 75%. La imagen es
lisa en el 29%, lobulada en 19% e irregular en 52% (9,
16). Tienden a englobar el plexo coroídeo y
por su caracter pedunculado puede observarse desplazamientos. En el
24% de los exámenes se aprecian calcificaciones, más frecuente
en adultos ya que el plexo suele estar calcificado. Cuando las calcificaciones
son extensas y se asocian a hidrocefalia deben hacer sospechar plexus
papiloma (9). No es raro la presencia de hemorragias.
Con el medio de contraste sufren un marcado reforzamiento homogéneo
aunque en los adultos puede ser moderadamente heterogéneo. La
falta de homogeneidad, hipervascularización, extensión
más allá del epéndimo, edema e hidrocefalia leve
se asocia con malignidad (9).
En la RM la lesión se observa como señal intermedia en
T1 y señal intermedia e hiperseñal en T2. Pueden existir
zonas de hiposeñal en T1 y T2 que han sido interpretadas y correlacionadas
en la histología como necrosis. También pueden representar
flujo sanguíneo regional aumentado, calcificaciones o antiguas
hemorragias (16). Las formas malignas se demuestran
como una gran masa irregular de señal intermedia no homogénea
en T1 y señal intermedia en T2. Se ha destacado que la RM confirma
lo observado en TC diferenciando mejor la anatomía normal, el
desplazamiento de estructuras de línea media y podría
evidenciar la dinámica circulatoria del LCR. El uso de gadolinio
contribuiría a diagnosticar la siembra en el espacio subaracnoídeo
y a localizar restos tumorales (9).
La arteriografía revela una imagen tumoral que se alimenta por
vasos coroídeos. En tumores de ángulo pontocerebeloso
se observa un estiramiento de la arteria cerebelosa póstero inferior
(PICA) (26, 28) y una dilatación
de la arteria cerebelosa ántero inferior (AICA) y sus ramas semejando
la copa de un árbol, aspecto que para algunos es concluyente
de papiloma (35).
TRATAMIENTO
El tratamiento más adecuado parece ser la resección completa
del tumor. Mc Girr sostiene que éste por si sólo es en
un 90% curativo (22). Desgraciadamente no siempre
es posible, siendo dificultado por la extrema vascularización
del tumor y en la fosa posterior por la proximidad con el tronco cerebral
(24). La tendencia al sangramiento obliga a transfusiones
masivas de sangre, recomendándose en estos casos establecer 2
o más tiempos operatorios (12). Se aconseja
el aborde transcortical para los tumores del ventrículo lateral,
transcalloso en los del 3er ventrículo y transvermiano en los
del 4° ventrículo.
En cuanto a la conducta a seguir frente a la hidrocefalia, las opiniones
están divididas. Hay autores que consideran riesgoso drenar como
primera medida el LCR, basados en las muertes ocurridas al realizar
ventriculografías (6). Otros piensan que en
los tumores localizados en 3° y 4° ventrículo debe
instalarse válvula 7 días antes de la resección
del tumor y retirarla 4 o 5 días después para evitar hipotensión
(6). Matson no es partidario de instalar válvula
y cree que la hidrocefalia se debe a sobre producción, por lo
cual bastaría la resección del tumor (19).
Coates hace notar que en 3 de sus 5 casos persistió la hidrocefalia
aún después de resecado el tumor, en uno de ellos incluso
con ascitis (9). En forma anecdótica, se cita
en la literatura que en una ocasión, la hidrocefalia se resolvió
luego de biopsia y radioterapia (6). Boyd llama la
atención sobre la posibilidad de higromas subdurales luego de
cirugía de plexus papilomas recomendando la sutura de la pía
madre en la incisión cortical interponiendo una esponja de gelfoam
(6). Por último, si bien infrecuente la diseminación
al peritoneo por el sistema valvular ha sido descrita (21).
De tal modo en relación a la hidrocefalia lo más conveniente
parece ser la observación estricta en el postoperatorio e instalar
válvula sólo si fuera realmente necesario.
El rol de la radioterapia no está claro. Se ha destacado que
no previene las recurrencias cuando se ha realizado la resección
subtotal (22). Algunos piensan que reduce la vascularización
y la secreción de LCR (24). Ausman et al. (4)
la proponen de rutina en el postoperatorio dado el alto porcentaje de
siembra subaracnoídea. Naguib (23) la indica
en tumores de ángulo pontocerebeloso cuando no han sido extirpados
en forma completa en tanto que Piguet et al (26) la
desestiman completamente. La mayoría de los autores está
de acuerdo que en las formas benignas con extirpación completa
no debiera utilizarse (24) y cuando se decide administrarla,
las dosis sugeridas son de 5000 a 5500 cGy enfocadas al tumor (22).
En niños menores, tomando en cuenta el severo déficit
intelectual y endocrino que puede ocasionar y la no evidencia de beneficios
hace que esté contraindicada (25).
La quimioterapia en el último tiempo ha surgido como un complemento
en el tratamiento de las formas malignas. Las drogas llegarían
directamente al tejido neoplásico al no estar los plexos coroídeos
protejidos por la barrera hematoencefálica (8).
Produciría una reacción fibrótica con disminución
de los vasos sanguíneos y del componente celular (33)
posibilitando la resección quirúrgica completa (9,
31, 32, 33). Además
al estabilizar la lesión en el tiempo permitiría posteriormente
el empleo de otras terapias (2, 14).
Actualmente la sobrevida de plexus papilomas es de 88% a los 5 años,
un 74% de ellos en excelentes condiciones (12). En
carcinomas la mortalidad es de un 50%, ocurriendo el fallecimiento entre
7 y 9 meses, luego de la operación, muchos permanecen severamente
incapacitados. Se ha demostrado, que la cirugía no incide en
el índice de secuelas (12), sino que dependen
de estado preoperatorio.
DIAGNOSTICO DIFERENCIAL
El diagnóstico diferencial clínico incluye ependimomas,
méduloblastomas y menos frecuentemente metástasis y quistes
coloídeos (9). En los localizados en la región
del ángulo pontocerebeloso pueden ser confundidos con meningiomas,
ya que los plexus papilomas incluso pueden dar compromiso óseo
y agradamiento del meato auditivo interno (23, 32).
En su distinción sería beneficiosa la arteriografía
y la RM.
Microscópicamente pueden ser confundidos con el ependimoma papilar,
debiendo investigarse la presencia de cilios y blefaroblastos que son
característicos de este último. A pesar de ello, ocasionalmente
la naturaleza definitiva sólo ha sido establecida luego del análisis
necróptico (6).
Ante la incertidumbre de la estirpe tumoral, los estudios histoquímicos
serían una ayuda valiosa. Las formas benignas y malignas son
positivas para la proteína S-100 (25) y la
citokeratina orgánica interna y negativas para la citokeratina
epidérmica diferenciándolos de lesiones metastásicas
y del ependimoma anaplástico. Entre papilomas y carcinomas, la
reactividad de este último ante el antígeno de carcinoma
embriogénico es del 50% y del 100% ante la prealbúmina
(20).
CONCLUSIONES
En conclusión, los tumores del plexo coroides, si bien infrecuentes
debieran ser reconocidos entre las neoplasias del Sistema Nervioso Central.
Afectan mayormente a los niños, existiendo un porcentaje menor
de formas malignas, el carcinoma de los plexos.
Los exámenes de elección son la TC y RM.
El mejor tratamiento es la resección quirúrgica, contemplándose
como complemento la radioterapia y en las formas malignas la quimioterapia.
En la actualidad los resultados terapeúticos son altamente satisfactorios,
dependiendo en forma importante de su reconocimiento precoz.
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